8.9.17

Luis García Montero (Há aviões que descolam)





HAY AVIONES QUE DESPEGAN DESDE NINGÚN LUGAR 
Y QUE ATERRIZAN EN NINGUNA PARTE



Nadie puede bañarse en lágrimas dos veces
en el mismo aeropuerto.

En la bandeja pongo 
el reloj, la cartera, el teléfono móvil
y el cinturón. De golpe
las ordenanzas de seguridad
ayudan a entender la despedida.

Y nada es decisivo,
nada quiere importarme,
ni el fracaso del lunes, ni el misterio del sábado
con sus torpes vestidos melancólicos,
ni el sol de las agendas perdidas en la nieve.
Todo da igual, insisto,
respeten mi insistencia.

No es grave la aduana.
El reloj que me piden y devuelvo
ha sabido esperar en todas las esquinas 
de la ciudad, en los amaneceres
cuando fue necesario levantarse,
y en el último tren,
y en los bares cerrados.

La cartera que entrego no guarda documentos
sino un barrio con álamos y niños escondidos,
la luz en los cristales de un balcón
y las primeras cartas mojadas por la lluvia,
ese agua de ayer que no deshace
letras ni direcciones en los sobres.
No es grave la memoria.

Tampoco se han quejado
los números borrosos del teléfono,
porque detrás no existe un restaurante,
un puesto de trabajo, un domicilio.
Ya no cuentan los mapas navegables
en los días de siempre,
y las voces que quedan van conmigo.

No es grave el cinturón. Estoy desnudo, 
respeten mi desnudo sin espejo,
y sin manos de nadie,
y sin besos primero al abrir los botones,
y sin piel conocida al lado de mi piel.
Tan sólo dos colmillos sobre mi identidad,
dos heridas pequeñas en el cuello.

La luna me interroga,
¿quién soy yo?,
perdonen mi insistencia,
y no sé contestarle.

Nadie puede bañarse en lágrimas dos veces
en el mismo aeropuerto,
porque siempre hay aviones que despegan
desde ningún lugar
y que aterrizan en ninguna parte.


Luis García Montero





Ninguém pode banhar-se em lágrimas duas vezes
no mesmo aeroporto.

Ponho na bandeja o relógio,
a carteira, o telemóvel e o cinto. De súbito,
as normas de segurança ajudam a perceber a despedida.

E nada é decisivo,
nada me quer importar,
nem o fracasso de segunda, nem o mistério de sábado
com seus atafais melancólicos,
nem o sol das agendas perdidas na neve.
É tudo igual, insisto,
por favor respeitem a minha insistência.

Não é grave a alfândega.
O relógio que me pedem
soube esperar nas esquinas da cidade,
de manhã ao levantar,
no último comboio,
nos bares encerrados.

A carteira que entrego não tem documentos,
mas um bairro com álamos e meninos escondidos,
a luz nos vidros de uma janela
e as primeiras cartas molhadas da chuva,
essa água de ontem que não apaga
letras nos envelopes, nem endereços.
Não é grave a memória.

Também não se queixam
os números errados do telefone,
posto que não existe por detrás um restaurante,
um posto de trabalho, um domicílio.
Nem contam sequer os mapas navegáveis nos dias comuns,
que as vozes que restam partem comigo.

Não é grave o cinto. Estou desnudo,
respeitem minha nudez sem espelho,
sem mãos de ninguém,
sem beijos antes ao desapertar os botões,
sem pele conhecida roçando minha pele.
Tão só dois caninos sobre a minha identidade,
duas feridas pequenas no pescoço.

A lua questiona-me.
quem sou eu?,
perdoem-me a insistência,
e eu não sei responder.

Ninguém pode banhar-se em lágrimas
duas vezes no mesmo aeroporto,
porque há sempre aviões a descolar de lado nenhum
e a aterrar em nenhum lado.


(Trad. A.M.)


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